Los naranjos de Sevilla tienen un origen profundamente vinculado a la historia de la ciudad y a la influencia de las civilizaciones que habitaron la península ibérica. Estos árboles, que hoy en día son uno de los símbolos más representativos de Sevilla, fueron introducidos en la ciudad durante la época musulmana, a partir del siglo XII, y se han convertido en una parte fundamental de su paisaje urbano y cultural.
La historia de los naranjos en Sevilla comienza en la época de la Al-Andalus, cuando los musulmanes llegaron a la península ibérica y establecieron su dominio en gran parte del territorio. Fue durante el reinado de los almohades (siglo XII) cuando los musulmanes comenzaron a introducir nuevas especies de plantas y técnicas agrícolas. Los naranjos, junto con otros árboles frutales como el olivo o el almendro, fueron traídos desde el norte de África. Los naranjos que se introdujeron en Sevilla eran principalmente de la variedad naranja amarga (Citrus aurantium), una especie que no es apta para el consumo directo debido a su sabor amargo, pero que se utilizaba de manera extensiva en la fabricación de esencias, perfumes y otros productos derivados como mermeladas y licores.
Los musulmanes no solo trajeron consigo los naranjos, sino que también fomentaron la creación de jardines y huertos con fines ornamentales y prácticos. En sus jardines, los naranjos formaban parte de un diseño paisajístico que incorporaba tanto el cultivo de plantas útiles como la belleza y la armonía en el espacio. El Alcázar de Sevilla, uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad, es un claro ejemplo de este tipo de jardines, en los que los naranjos se convierten en una de las principales atracciones, especialmente en primavera, cuando florecen y llenan el aire con su fragancia.
A lo largo de los siglos, los naranjos se fueron extendiendo por toda la ciudad. Durante la Edad Media y el Renacimiento, la ciudad de Sevilla, bajo la influencia de los reyes cristianos, continuó cultivando naranjos tanto en el interior de los palacios como en los jardines de las casas de la nobleza. Los naranjos no solo eran valorados por su uso ornamental, sino también por sus frutos, que en sus primeros tiempos eran utilizados en la producción de mermeladas y otros productos derivados.
En el siglo XVI, el cultivo de naranjos en Sevilla y en su entorno se incrementó notablemente, y la ciudad pasó a ser uno de los principales centros de producción de naranjas en la región. Los frutos de estos árboles fueron, en su mayoría, de la variedad naranja amarga, que se utilizaba para la fabricación de esencias de naranja o en la producción de licores y perfumes. La popularidad de este tipo de naranja se mantuvo durante siglos debido a la tradición de la agricultura de la zona y la alta demanda de productos derivados de ella en Europa.
A medida que Sevilla se desarrollaba como una ciudad comercial de gran importancia en la época moderna, la presencia de los naranjos en sus calles y plazas aumentaba. Las calles del centro histórico se llenaron de naranjos en su forma más simbólica, como parte del paisaje urbano y el ambiente característico de la ciudad. La siembra de estos árboles no solo tenía fines decorativos y prácticos, sino que también contribuía a mejorar la calidad del aire y proporcionaba sombra en las calurosas tardes sevillanas.
Hoy en día, los naranjos de Sevilla siguen siendo una de las imágenes más reconocibles de la ciudad. En las calles del centro histórico y en plazas como la Plaza del Triunfo, los naranjos siguen formando parte esencial del paisaje urbano sevillano. Estos árboles son especialmente conocidos por la belleza de sus flores de azahar, que florecen en primavera y llenan la ciudad con un aroma delicado y fresco. Este perfume característico ha sido un símbolo de la ciudad durante siglos y sigue siendo una de las sensaciones más evocadoras de Sevilla.
Aunque los naranjos que predominan en las calles de Sevilla son principalmente de naranja amarga, en las afueras de la ciudad y en zonas rurales se cultivan también variedades de naranja dulce, que se destinan al consumo directo. La naranja sevillana se sigue utilizando en productos como mermeladas, zumos, licores y aceites esenciales. La ciudad es también famosa por la elaboración de productos artesanales basados en la naranja, como el licor de naranja sevillana y diversos cosméticos y perfumes que aprovechan las propiedades aromáticas de la flor de azahar.
Los naranjos no solo tienen una relevancia agrícola y comercial, sino que también son un símbolo cultural de Sevilla. En la ciudad, los naranjos están presentes en la arquitectura de los patios, en las plazas públicas y en muchos de los rincones más visitados. Su presencia está vinculada al tacto y el olfato en la experiencia sensorial de la ciudad, creando un ambiente único. Las flores de azahar, en particular, son un símbolo de la Semana Santa sevillana, cuando el aroma de los naranjos perfuma el aire durante las procesiones.
El árbol de naranjo, con sus flores blancas y sus frutos anaranjados, se ha convertido en un emblema de la ciudad, representando tanto la herencia histórica de la Al-Andalus como la esencia misma de la ciudad de Sevilla: cálida, acogedora y llena de vida. A día de hoy, Sevilla es la ciudad con más naranjos del mundo, superando los 40,000 naranjos solo en ciudad.
Los naranjos de Sevilla son mucho más que un simple elemento de la flora urbana; son un testimonio de la historia, de la influencia musulmana en la península y de la relación de la ciudad con la naturaleza. Desde su introducción en la época islámica hasta su consolidación como un símbolo cultural en la actualidad, los naranjos siguen siendo una parte fundamental de la identidad sevillana. Su presencia en las calles y plazas, su aroma en primavera y sus frutos utilizados en la gastronomía y la cosmética, hacen de los naranjos de Sevilla un verdadero patrimonio vivo de la ciudad.