Cada primavera, cuando las luces del Real se encienden y el albero cruje bajo los zapatos, Sevilla se transforma en un escenario de color, arte y tradición. La Feria de Abril no es solo una fiesta: es un desfile vivo de historia, cultura y moda. Y entre caballos, sevillanas y casetas, hay un protagonista indiscutible que deslumbra con cada paso: el traje de flamenca.
Este vestido, con sus volantes coquetos, colores vibrantes y silueta inconfundible, no nació en las pasarelas ni en talleres de alta costura. Su historia es tan rica y apasionante como el propio duende andaluz que la inspira. Porque sí, el traje de flamenca —también llamado traje de gitana— es mucho más que una prenda: es identidad.
Para entender el traje de flamenca hay que retroceder a finales del siglo XIX, cuando las mujeres de etnia gitana y las jornaleras del campo acompañaban a sus maridos a las ferias de ganado. Estas mujeres vestían batas de faena sencillas, ajustadas al cuerpo y rematadas con volantes en el bajo. No había lujo, pero sí gracia y feminidad.
La feria, que entonces era un evento eminentemente comercial, se fue transformando en una celebración popular. Las mujeres sevillanas de clases altas comenzaron a imitar aquel estilo con versiones más elaboradas, hechas con mejores telas, y adornadas con encajes, bordados y colores más vivos. La bata de trabajo se había convertido, casi sin querer, en símbolo de estilo.
En 1929, con la Exposición Iberoamericana de Sevilla, el traje de flamenca se oficializa como el atuendo por excelencia de la Feria. Desde entonces, ha evolucionado década tras década, pero sin perder nunca su esencia.
Los años 50 y 60 vieron una silueta más sobria y elegante, con volantes grandes y colores sólidos. En los 70, como era de esperar, llegó la revolución: estampados psicodélicos, mangas exageradas, y una actitud más libre y desenfadada. En los 80, los diseñadores comenzaron a ver el traje de flamenca como un lienzo en blanco para la creatividad, y a partir de ahí la moda flamenca se disparó.
Hoy en día, diseñadores como Lina, Vicky Martín Berrocal o Pilar Vera han llevado el traje de flamenca a las pasarelas nacionales e internacionales. Hay trajes de inspiración vintage, minimalistas, barrocos, asimétricos… pero todos siguen respetando esa forma ceñida hasta la rodilla que luego estalla en volantes. Una silueta que resalta la figura y convierte cada paseo por el Real en una pasarela improvisada.
Lo más fascinante del traje de flamenca es que no es un disfraz, ni un simple capricho estético. Ponérselo es casi un acto ritual. La mujer que se viste de flamenca no solo cambia de atuendo: se transforma. Se siente poderosa, bella, parte de una tradición centenaria. Desde el moño bajo con flor al lado hasta los pendientes de aro, cada detalle cuenta una historia.
Además, hay algo profundamente democrático en el traje de flamenca. No importa la edad, el cuerpo ni el estilo: hay un traje para cada mujer. Desde niñas de cinco años hasta señoras de ochenta, todas pueden vestirlo y brillar con luz propia. En ese sentido, es una de las pocas tradiciones en las que la moda no excluye, sino que une.
Durante la Feria de Sevilla, el Real se convierte en el mayor escaparate de moda flamenca del mundo. No hay dos trajes iguales, y eso es parte de su magia. Algunas optan por clásicos lunares blancos sobre fondo rojo; otras, por estampados florales, terciopelos, encajes o incluso tejidos metalizados. El abanico cromático es infinito: desde los tonos pastel hasta los neones más atrevidos.
Y no olvidemos los complementos: mantones bordados, peinas, flores, pulseras y pendientes hacen del look algo completo y espectacular. Todo se cuida al detalle, porque durante esa semana, el traje de flamenca no es solo una prenda, es una declaración de amor a la tierra.
Cada año, el Salón Internacional de la Moda Flamenca (SIMOF) marca el pulso de las tendencias flamencas. Nuevas formas, nuevas combinaciones, pero siempre bajo el respeto a esa estructura que hace del traje de flamenca algo único en el mundo. Porque sí, la moda flamenca evoluciona, pero jamás olvida sus raíces.
Y aunque se reinvente, el traje sigue siendo un símbolo de identidad andaluza, un canto a la feminidad y una bandera cultural que ondea con orgullo cada vez que una mujer pisa el albero vestida de lunares.
Quizás no haya otra prenda en el mundo que combine tan magistralmente tradición, pasión, feminidad y arte. El traje de flamenca no solo se lleva, se vive. Y en cada costura, en cada volante que se mueve al compás de una sevillana, late la historia de un pueblo que, cuando se viste de feria, viste también su alma.
Si quieres conocer más sobre la historia de esta maravillosa fiesta, no dudes en venir con nosotros a visitar el precioso Barrio de Triana.
¡Te esperamos!