Si Sevilla tuviera que elegir un guardián, sería de bronce, mujer, victoriosa y giraría con el viento desde las alturas de la Giralda. Ese es el Giraldillo, la veleta más famosa de España y uno de los símbolos más queridos de la ciudad. No solo es una obra maestra del Renacimiento, también es un personaje lleno de leyendas que todavía hoy alimentan la imaginación sevillana.
El Giraldillo fue fundido en 1568 por Bartolomé Morel a partir de un diseño del pintor Luis de Vargas. La figura, de casi 3,5 metros de altura y más de una tonelada de peso, representa a una mujer armada: lleva un casco con penacho, un escudo y una palma de la victoria. Su escudo no es un simple adorno: sirve de vela que hace girar a la estatua al compás del viento.
En su origen fue bautizada como el “Triunfo de la Fe Victoriosa”, pues debía simbolizar la fortaleza del cristianismo tras la Reconquista. Sin embargo, el pueblo pronto la rebautizó como “El Giraldillo”, porque giraba, y de ahí tomó nombre incluso la torre que la sostiene: la Giralda.
La escultura se instaló en lo alto del antiguo alminar almohade, convertido en campanario cristiano. Desde allí, ha visto pasar más de 450 años de historia: terremotos, epidemias, ferias, procesiones, guerras y celebraciones.
Cuenta la tradición popular que, cuando Sevilla duerme, el Giraldillo baja de la torre y pasea por las calles. Algunos vecinos del siglo XIX aseguraban haber visto “una dama de bronce” deslizarse por la plaza Virgen de los Reyes en noches de tormenta. Para ellos, era el espíritu protector de la ciudad, que descendía cuando los vientos eran demasiado fuertes.
No hay sevillano que no haya levantado la vista en un día de poniente o levante para comprobar hacia dónde apunta el Giraldillo. Por siglos, los marineros del Guadalquivir decían que era más fiable que cualquier brújula.
Una creencia popular afirma que cuando el Giraldillo gira demasiado rápido, es señal de cambios drásticos en el clima o de que se avecinan desgracias. Durante el gran terremoto de Lisboa de 1755, vecinos contaron que la veleta dio varias vueltas seguidas como si “bailara enloquecida”, lo que fue interpretado como un mal presagio cumplido pocas horas después, cuando tembló toda Sevilla.
Aunque oficialmente representa la Fe cristiana, muchos han visto en ella la figura de la diosa Atenea o Minerva, por su casco guerrero y porte clásico. El mito cuenta que Morel y Vargas, sus creadores, quisieron dotarla de esa doble lectura: una mujer fuerte y sabia, mezcla de herencia grecolatina y fervor cristiano.
Algunos estudiosos de leyendas urbanas sevillanas van más allá: aseguran que bajo la palma que sostiene habría una inscripción secreta, borrada con el tiempo, que conectaba a la estatua con símbolos esotéricos renacentistas. La idea de que el Giraldillo no solo era guardiana de la fe, sino también protectora de la ciudad contra fuerzas ocultas, sigue fascinando a los curiosos.
El Giraldillo ha sufrido varios procesos de restauración. Durante la gran intervención entre 1999 y 2003, se bajó la escultura y se pudo estudiar en detalle. Al retirarla, los técnicos descubrieron que en su interior había restos de pigmentos verdes y dorados: originalmente no era de bronce desnudo, sino que brillaba con colores que la hacían aún más impactante bajo el sol sevillano.
Ese hallazgo alimentó nuevas leyendas. Algunos vecinos decían que en el siglo XVI los tonos dorados cegaban a quienes osaban mirarla demasiado tiempo, como un castigo divino por desafiar a la Fe.
Hoy, el Giraldillo original sigue girando en lo alto de la Giralda, pero una réplica a tamaño real se encuentra a la entrada de la Catedral, en la Puerta del Príncipe. Allí, cualquiera puede detenerse frente a ella y sentir la monumentalidad de esta dama guerrera.
Muchos visitantes dejan flores o pequeñas ofrendas a sus pies, convencidos de que la estatua atrae fortuna y protege a los viajeros. Entre guías turísticos se dice en broma que “tocar el escudo del Giraldillo antes de salir de Sevilla garantiza volver”.
La figura no solo ha inspirado a artistas y escritores, también se ha convertido en un emblema moderno: ha dado nombre a revistas culturales, premios y hasta a una mascota deportiva, la “Giraldilla”, creada para el Mundial de Atletismo de 1999.
Pero quizá lo más curioso es cómo el pueblo sevillano lo ha convertido en personaje cotidiano. A menudo se dice “gira más que el Giraldillo” para referirse a alguien cambiante o voluble, demostrando que la estatua está tan presente en el lenguaje como en el horizonte de la ciudad.
El Giraldillo no es solo una escultura: es un mito vivo que ha trascendido los siglos. Es guardiana y veleta, diosa y alegoría, símbolo cristiano y amuleto pagano. Desde su altura, gira y observa, siempre al compás del viento, siempre vigilando Sevilla.
Quienes creen en supersticiones dicen que si alguna vez el Giraldillo dejara de moverse, la ciudad quedaría condenada al estancamiento. Tal vez sea esa la verdadera magia: que Sevilla se sienta reflejada en su dama de bronce, siempre en movimiento, siempre triunfante.
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